ILUSIONES EN LA LONA


ILLUSIONS ON THE RING


Sección: Literaria


MC. Víctor J. Pérez Montes 

https://orcid.org/0009-0007-1819-4068

victorperez@uas.edu.mx


Recibido: 22 de marzo de 2024.

Aceptado: 09 de abril de 2024.


Resumen


La historia "Ilusiones en la lona" narra el trágico destino de Julián Mota, un joven boxeador cuyo sueño de alcanzar la gloria se ve truncado por la corrupción y el fraude en el mundo del pugilismo. A través de una trama intensa y emotiva, el autor retrata la lucha de Mota por superar las adversidades y alcanzar el éxito en el ring, solo para ser víctima de un arreglo de pelea que lo deja deshonrado y marginado.

Palabras clave: Literatura, Cuento corto, Boxeo.


Abstract


The story " Ilusiones en la lona” (Illusions on the ring) narrates the tragic destiny of Julián Mota, a young boxer whose dream of achieving glory is thwarted by corruption and fraud in the world of boxing. Through an intense and emotive plot, the author portrays Mota's struggle to overcome adversities and achieve success in the ring, only to become a victim of a rigged fight that leaves him dishonored and marginalized.

Keywords: Literature, Short story, Boxing.

No vale nada la vida…la empiezas siempre llorando…llorando siempre la acabas…

José Alfredo Jiménez


Hay historias tristes, que se entrelazan por el destino, o por la providencia, o porque así lo quiso Dios, o porque simplemente tenía que ser así. Nunca se sabe la razón, lo único que se sabe es que las miserias son muchas y las alegrías son muy pocas. Algo así, como si siempre hubiera un afán por sufrir en esta existencia mortal. Y para colmo, la siguiente historia.

Las Ilusiones…


Un día al Fito se le ocurrió ir a robar a un viejo gimnasio por la calle Antonio Rosales. El resultado de aquella fechoría malograda, fue que el dueño del gimnasio le metió una friega de “perro bailarín” a puro manguerazo limpio. Una verdadera “pela” con tintes dramáticos e inolvidables. De esas “chingas” que dejan huella y hondo recuerdo.

Nomás se escuchaban los gritos y llanto de terror. El Fito suplicaba que lo soltara y ya no lo golpeara: ¡Aaaaay!, ¡Ya no por favor!, ¡Ya no me pegue!, ¡Le prometo que ya nunca me va a ver por acá!, ¡Ya no le voy a robar jamás!

El profe “Chano” Beltrán, solo le decía: ¡A ver si después de esta pinche chinga, te vuelves a meter chamaco pendejo!, ¡No llore como maricón!, ¡Aguante como los machos!,

¡Pinche chamaco cabrón!, y al mismo tiempo, las súplicas esforzadas y repetidas de Fito para detener tal calvario, que, al parecer, se perdían en un vacío dentro de aquel viejo y sucio gimnasio.

A lo lejos, se podía observar a los muchachos que iban a entrenar. Algunos apáticos, seguían sin menor interés lo que sucedía; otros, solo externaban con muecas de desagrado, tal espectáculo de dolor; los menos, solo hacían gestos de gusto y risas de burla ante el dolor de aquel imprudente chamaco de escasos 12 años.

Cuando de pronto, uno de aquellos jóvenes le gritó al profe Chano: ¡Épale!

¡Ya párele! ¿No? ¡Ya estuvo bueno! ¡Pinche viejo culero! ¡Sí nomás agarró el chamaco, dos pinches peras más viejas que la chingada y una cuerda pa´saltar! ¡Ni que se hubiera robado el pinche ring! ¡Viejo cabrón!

¡No te metas pinche Mota!, ¡Este chamaco cabrón va a aprender! Replicaba de manera violenta el profe Chano Beltrán, mientras seguía sosteniéndolo del cuello de la camiseta, mientras el Fito lloraba ya sin muchas fuerzas y esperanzas de zafarse de su verdugo.

De pronto, el profe soltó al Fito, y de inmediato, éste corría y se ponía a espaldas de Mota. Con el muchacho golpeado bajo su protección, Mota, de manera retadora, apuntándolo con el dedo, le advertía de la siguiente manera: ¡Ya me chingaste la vida, pinche viejo culero, no te voy a permitir, que se la chingues a este chamaco! ¡¿Escuchaste?!

El profe Chano Beltrán, solo guardó silencio, se dio la media vuelta y se encerró en su oficina; había algo que todo mundo sabía, pero, que nunca lo hablaban. ¿Cómo era posible, que el mejor pupilo del profe Chano, le hablara de esa forma y lo odiara tanto? Después sabríamos la respuesta.

El nombre de ese benefactor —anónimo hasta en esos tortuosos momentos— era Julián Mota Zúñiga; por alguna rara razón, expresaba un resentimiento muy fuerte hacia su entrenador, el mismísimo profe Chano Beltrán. Y las razones no eran pocas. Algunos decían que el profe Chano, fue para el Mota un padre. Lo cuidó, lo alimentó y lo entrenó como nunca había entrenado a otro pupilo.

Este sentimiento de odio y mucho rencor, no era espontáneo. Un año atrás, el Mota había sido clasificado para pelear por el título en los pesos Welter, pero, la historia —ese maldito fantasma llamado historia, que surge como monstruo voraz, y que destroza con sus fauces los sueños y anhelos de aquello que los mortales consideramos justo— se repetiría en el Mota.

Se necesitaba subir a otro, y el Mota, no sería ese “otro”. El Mota, sólo sería un trampolín, para que el “Guacho” Romo pudiera ser campeón. La pelea estaba arreglada. El tercer round era lo convenido para que de manera sorpresiva y con un uppercut quedara tendido en la lona. — Por supuesto que toda esa información se le daría a nuestra joven promesa del pugilismo patasalada, unos minutos antes de subir al ring—-.

Afuera de los vestidores, el ruido era ensordecedor. El pasillo entre vestidores y el ring, parecía un pequeño manicomio; entre rechiflas, aplausos, gritos de ánimo, palabras malsonantes, todo aquello era la réplica del carnaval del puerto. Había confeti, papeles de colores, las cornetas sonaban; bueno, era una verdadera fiesta alrededor de la pelea.

Todo mundo quería estrechar el puño del “próximo campeón”. Algunos gritaban: “¡Chíngatelo, pinche Mota!” otros gritaban: ¡Cabrón, eres nuestro campeón!

¡Gánale al joto del Guacho! Aquella algarabía era literalmente un carnaval en la cancha Germán Evers.

El Mota empezaba a caminar. Atrás de él, estaba el profe Chano y su ayudante. Parecía que la mente del Mota estaba en un trance total. Todo aquel alboroto, no lo distraía. Su mirada reflejaba una ausencia en el momento y el lugar. Todos los que podían acercarse, lo palmeaban por la espalda y le daban ánimo.

Toda la barriada de la famosa “Ciudad Perdida” estaba en la cancha. Literalmente la colonia entera se había volcado a apoyar a su campeón. Era la noche de Julián Mota, era por lo que había trabajado tan duro toda su vida. Lástima que toda esa gente no lo sabía.

Al finalizar la presentación del Guacho había sido escueta, pero, la verdadera ovación fue monumental cuando el presentador inició diciendo: Esta noche presentamos a un verdadero hijo del pueblo, un mazatleco de corazón, con 64 kiloooos, invicto con 23 peleas, 20 por knock out y 3 por decisión: Juliaaan “eeel Motaaa” Zúñigaaa. Y el volcán explotó. Aquello solo era gran alegría. Al fondo la banda tocaba el corrido a Mazatlán, los corazones parecían salirse del pecho.

Se iniciaba la contienda. El Mota tomaba la iniciativa, con fuerte combinación de rectos en el primer asalto. La cara del Guacho empezaba a dar muestras de que el título era algo de seriedad y no sería tan fácil, ni menos por default. El primer round culminaba, y la fanaticada gritaba de emoción, su héroe parecía acariciar el título de campeón.

Era una fiesta anunciada. Por fin, alguien de quien sentirse orgulloso, salido de aquel cinturón de miseria, de aquella barriada en la que solo había violencia y mugre. Al fin poder decir que un hijo de la Ciudad perdida era un triunfador; pero, todo parecía que eso no iba a suceder.

El segundo asalto iniciaba. El Mota salía como un tigre sobre su presa. Aquel asalto parecía que definiría todo. Era impresionante la forma como se movía definitivamente aquello era muy obvio. El triunfo estaba en su bolsa. Sospechosamente, don Chano Beltrán no gritaba las indicaciones, o el cambio de golpes o algo que necesitara su pupilo en el cuadrilátero para finiquitar la contienda.

Pero más extraño, parecía que el Mota, no conectara ningún golpe contundente. Siempre faltaba un golpe certero que definiera con júbilo la victoria merecida para él, y para todos. Y de pronto, el golpe de la campana anunciaba el final del segundo asalto.

Inmediatamente subía la guapa edecán para anunciar el inicio del tercer round. A la vez que ella miraba con ojos de deseo y guiñándole su ojo izquierdo, le anunciaba al Mota que algo más habría para el final de la contienda, pero eso nunca iba a pasar.

Se iniciaba el tercer round. Aquello era inimaginable. La condición física y anímica del Mota era superior a la del Guacho. El baile de piernas y el cabeceo defensivo eran verdaderamente espectaculares de un gran peleador. Cuando de un instante a otro, el Guacho iniciaba su ataque, el Mota quedaba atorado en una de las esquinas, en donde el intercambio era intenso.

Aquello era un fuerte intercambio de golpes, ambos peleadores externaban que se les dañaba la integridad física. Cuando sorpresivamente, un uppercut para bien o para mal, asestaba contra la mandíbula izquierda del Mota. Aquello parecía lo imposible. De inmediato, nuestro frustrado campeón Julián Mota Zúñiga se desplomaba sobre la lona de inmediato.

Los gritos de sorpresa y horror no se dejaron esperar. Desde las tribunas más altas de la cancha, empezaron los insultos y las rechiflas. Las mentadas de madre y el tirar cuanto objeto se tenía a la mano, por parte de los espectadores, inició de inmediato.

Todo mundo empezó a gritar: “¡fraude!”, “¡vendido!”, “¡pelea vendida!”. Otro grupo de aficionados, empezaron a correr hacia la taquilla, y con palos empezaron a romper los cristales y exigían la devolución de las entradas. Aquello empezó a ser un caos total.

Llegaron unos policías, y no pudieron contener aquella vorágine de odios y resentimientos acumulados. Era un verdadero zafarrancho. Las sillas plegables y

las botellas volaban de un lado a otro. Había gente descalabrada y sangre por muchos lugares. Aquello era espantoso.

Mientras tanto, sobre el ring, la humanidad del Mota estaba tendida sobre la lona. Sus lágrimas de rabia e impotencia, se entremezclaban con el sudor de su frente. El réferi iniciaba la maldita cuenta: 5, 6, 7, 8, 9, ¡Fuera! Sonaba la campana y el sueño se esfumaba dolorosa y cruelmente.

Al profe Chano sólo se le veía con los ojos rojos y húmedos, vociferando en voz baja: ¡Valió madres! El Mota, poco a poco se recuperaría, y con la ayuda del aguador, lo llevarían a los vestidores. Los fanáticos le gritaban de todo: “Vete a la mierda, ¡pinche rajón!”, “¡rata vendida!”, “¡maricón rajado!”, “¡pinche Mota puto!”; en fin, aquello era un concierto de improperios digno del infierno.

Salir de aquella marejada tempestuosa de humanidad fue toda una hazaña. Llegó la policía con más elementos, y con la clásica macana en mano y gas lacrimógeno, empezaron a dispersar a la multitud. Llegaron tres ambulancias de la Cruz Roja, listas para llevar y ayudar a los heridos. Julián tuvo que salir en camilla, fingiendo desmayo, para no ser víctima del linchamiento que seguramente le esperaba. El profe Chano recibió un botellazo que le partió la ceja y fue atendido por los paramédicos a las afueras de la cancha Germán Evers.

Aquella noche, de ser una fiesta y pura alegría, se convirtió en dolor, llanto y rabia ante la impotencia de ver frustrado el sueño de coronar como campeón a Julián Mota. Un verdadero campeón sin corona.

Pasaron los días, las semanas y los meses. Todo mundo veía a Mota con repudio. Aquellos que lo saludaban con gusto, dejaron de hacerlo. Su novia misteriosamente “consiguió” un nuevo trabajo en la ciudad de Guadalajara. Mucha gente pensó que se regresaría a su pueblo natal, por allá en Chacala en el estado de Durango, pero, para su sorpresa, el amor al boxeo era mayor.

Julián terminó como ayudante del profe Chano Beltrán. Él se encargaba de limpiar los baños, ordenar el equipo de entrenamiento y de formar a los más

jóvenes. Verdaderamente era una lástima ver como aquel “campeón sin corona”, y sin título que ostentar, terminaba su carrera de invicto en los bastidores de un viejo gimnasio, solo, humillado y olvidado por los suyos.

El dolor que expresaba el Mota era por no haber salido de la ratonera, y no haber tomado el camino de la gloria en el pugilismo; optó entonces por retribuir algo al gimnasio que lo vio nacer y a la gente que lo había formado. Pero, así son las cosas, y ese era el porqué de la enorme rabia de Julián hacia su entrenador, el profe Chano Beltrán.

No fue casualidad que aquella tarde el Mota “salvara” al Fito, pues veía en él el pretexto ideal para redimir su culpa, y la forma de hacerlo era entrenar a ese chamaco pelirrojo con una gran determinación, pero ahora sí, se tenía que formar a un campeón. Desgraciadamente eso tampoco sucedió. Nuestro amigo Fito usaría los puños para otros fines y no los deportivos. Simple y tristemente así sucedió.