Trichodinas: danzas circulares en lo profundo
Palabras clave:
protozoarios ciliados , ectoparásitos , organismos acuáticosResumen
En los abismos profundos donde la luz apenas se atreve a descender, donde los cuerpos flotan como vestigios de tiempos arcanos, ocurre un ritual silencioso, un festín de danzas invisibles. No hay coros que canten su gloria ni poetas que escriban sus hazañas, y, sin embargo, ahí están, girando en círculos, como eternas sacerdotisas de lo minúsculo. Son las trichodinas, ellas las guardianas del equilibrio, centinelas de lo ínfimo, orquestando su ballet microscópico sobre la piel de sus anfitriones, bailan ocultas, sin ser vistas, unicelulares danzarinas, seres diminutos.
Sus cilios, sutiles hilos de plata, las guían, las mecen, las llevan en danza, buscando el néctar de su esperanza. No hay corazón, ni hueso, ni piel, y aun así laten, sueñan también. Porque en su esfera, tan diminuta, habita la vida, completa y absoluta.
Sus cuerpos, diseñados con la perfección de un astro mecánico, giran con una gracia precisa, aferrándose a la superficie de peces y otros seres acuáticos. Un anillo dentado, semejante a la rueda de un carro de guerra, guardan secretos en su estructura, tallados de arte, forjados de vida las impulsa en su danza perpetua. Sus dentículos, finos como el alba, tejidos de hilos en danza callada, se enlazan con fuerza a la brisa del agua, sosteniendo su viaje en su red encantada. La oz, curva de luna dormida, centro, rayo de luz, cada fragmento cumple su cruz, con microfibrillas que unen su esencia, como un latido de eterna presencia. No buscan destrucción, ni dominación, sino solo existir en el arte sutil del intercambio: limpiar, remover, participar en el destino de quienes las hospedan. Son artesanas del flujo biológico, hilanderas de lo que la vista ignora.
Mas no se engañe el observador que, en su soberbia, juzgue su tamaño como signo de insignificancia. Pues en su fragua microscópica se forjan destinos, en su geometría danzan los secretos del tiempo. Son antiguas, testigos de eras sumergidas, de reinos hundidos y linajes extintos. Quizás, cuando los primeros organismos se deslizaron en la tibieza del océano primigenio, ya trazaban sus espirales, inscribiendo su código en la sinfonía de la vida.
Bacterias y células, leves y tiernas, se disuelven en su danza, tan eternas, detritus flotantes en su carrusel, siguen el ritmo de un ciclo tan fiel. Y así continúan, invisibles al ojo profano, pero omnipresentes en las aguas del mundo. Se enroscan, giran, trazan su danza en lo profundo, mientras el tiempo mismo parece girar con ellas. ¿Quién, sino los dioses del abismo, podría reconocer su arte? ¿Quién podría comprender su coreografía cósmica, su danza circular en lo profundo? ¿Quién, si ni los mismos parasitólogos, pueden desentrañar su misterio fecundo? Solo en la quietud de su danza secreta, se esconde el saber que nunca se completa, y aunque busquen en los libros, en las olas del mar, son los tricodínidos quienes saben bailar.
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Referencias
Rodríguez-Santiago, M.A., García-Magaña, L., Grano-Maldonado, M.I., Silva-Martínez, E.N., Guerra-Santos, J. & Gelabert, R. 2019. Primer registro de Trichodina centrostrigeata Basson, Van As & Paperna, 1983 (Ciliophora: Trichodinidae) de Oreochromis niloticus (Linnaeus, 1758) cultivado en el sureste de México. Latin American Journal of Aquatic Research, 47: 367-370. doi: 10.3856/vol47-issue2-fulltext-18
Rodríguez-Santiago, M.A., Álvarez-Borrego, J., Fajer-Ávila, E.J., Oliver, J.A.I. & Fernandez-Martínez, C.N. 2021. Invariant correlation with species-specific composite filters for the recognition of trichodinids (Ciliophora: Peritrichida) parasitizing Oreochromis niloticus (Linnaeus, 1758) based on morphology. Neotropical Helminthology, 15: 179-191. doi: 10.24039/rnh20211521223

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